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El derecho de las personas dependientes a ser cuidadas por sus familiares

Sep 13, 18 El derecho de las personas dependientes a ser cuidadas por sus familiares

De facto, nadie puede negar el derecho de las personas dependientes a ser cuidadas por sus familiares. Pero la realidad es muy diferente, dado que las dificultades existentes para que dicho derecho sea efectivo son abundantes.

Sin duda, la dependencia se convertirá en los próximos años en la contingencia por excelencia. Hay que tener en cuenta que el aumento del colectivo de personas envejecidas se está traduciendo en un incremento de la dependencia. Y al margen de dicha realidad, debe centrarse la atención, asimismo, en la dependencia por razones de enfermedad y otras causas de discapacidad o limitación, que se han incrementado también, principalmente, por las consecuencias derivadas de la siniestralidad vial y laboral.

Tradicionalmente la atención y cuidado de las personas dependientes se había prestado en el núcleo de la familia. Pero a partir de la Ley 39/2006 se apuesta por un modelo público y profesionalizado. En ese sentido, se ha hecho un enorme esfuerzo presupuestario y de gestión a todos los niveles, y se han creado un sinfín de infraestructuras y servicios de todo tipo: residencias, centros de día, servicios de ayuda a domicilio, etcétera.

Ahora bien, como consecuencia de dicha ley, no se tiene en cuenta, suficientemente, la voluntad de las personas dependientes y de sus familias. Voluntad conforme a la cual, con frecuencia, el modelo público y profesionalizado no es considerado como el modelo óptimo para atender y cuidar a la persona dependiente. Así, excepto en los casos de dependencia más grave o severa, en los que la situación requiere una intervención profesional, no puede obviarse que la persona dependiente va a valorar como factor principal la relación emocional y de afecto que le vincula a la persona que le atiende. En esa línea, el Consejo de Europa aboga por el derecho que toda persona dependiente tiene al respeto a su dignidad humana y de su autonomía, de forma y manera que debe participar en toda toma de decisión que le concierne. Además, se refiere expresamente a los cuidadores sin estatuto profesional, y, precisamente, entre los principios generales en favor de los mismos, establece la obligación de los poderes públicos de reconocer la importancia y el valor social del rol de los cuidadores como participantes indispensables del sistema de cuidados y de ayuda a la persona dependiente.

Con todo, el derecho que asiste a las personas dependientes de poder apostar por los cuidadores familiares, así como la firme voluntad y el compromiso de sus familiares para llevar a cabo el cuidado en cuestión, como ejemplo de entrega y cariño, quedan, en la práctica, fuertemente condicionados, cuando no limitados, por la Ley 39/2006. Y ello se debe, principalmente a dos motivos. Por una parte, se contempla como excepcional la posibilidad de que las personas dependientes reciban una prestación económica para ser atendidos por cuidadores familiares, no profesionales. Por otra parte, en general, se priorizan los servicios frente a las prestaciones económicas.

Con todo, la principal carencia radica en la ausencia de una prestación económica directa y suficiente de carácter público a favor de los cuidadores familiares. El derecho en cuestión bien merece la pena, por dignidad y justicia. Tampoco cabe desconocer el particularísimo carácter protector otorgado a la familia por el Derecho civil foral vasco, a considerar como manifestación de un derecho histórico a actualizar constantemente. Pero incluso no cabe desconocer que el cuidado de las personas dependientes es mayoritariamente un problema cuya responsabilidad y gestión descansa fundamentalmente en las familias. Tal es así que se ha llegado a decir que si estas se desentendieran del problema se crearía una situación de colapso en los sistemas de protección social que pondría en entredicho al Estado de Bienestar. ¿Pero en qué condiciones prestan atención y cuidados estos familiares? ¿Quién y cómo protege a los cuidadores familiares? Quizás pueda pensarse que el coste de una prestación económica resulta inasumible, pero merece la pena valorar y analizar mejor la situación. De entrada, los cuidadores familiares aportan valor añadido a la sociedad, por lo que parece mucho más viable y loable que defender una renta mínima universal por el mero hecho de existir.

Como punto de partida para la valoración y análisis propuestos piénsese que una prestación económica a los cuidadores familiares permitiría, primero, aliviar las medidas laborales de conciliación de la vida personal, familiar y laboral;segundo, suprimir prestaciones, complementos y asignaciones reguladas por la Seguridad Social de manera insuficiente a los efectos de proteger a los cuidadores familiares;y, tercero, la protección social directa de estos familiares, a través de su encuadramiento obligatorio en la Seguridad Social.

Se ha hecho un enorme esfuerzo presupuestario y de gestión a todos los niveles para apoyar a las personas dependientes. Sin embargo, falta contar más con su voluntad y la de sus familias.

Atendiendo a las medidas laborales de conciliación actualmente existentes, el carácter permanente que resulta inherente a la definición de dependencia hace que las mismas resulten insuficientes. Ciertamente, los trabajadores que abandonan su puesto de trabajo para cuidar a un familiar requieren de unos ingresos sustitutivos de las rentas de trabajo que dejan de percibir, así como de una protección social adecuada frente a las contingencias que ellos mismos pueden padecer.

Algunos convenios colectivos regulan ayudas económicas para los trabajadores con familiares con discapacidad. Pero mientras que no se reconozca el tiempo necesario para el cuidado ello resultará insuficiente. Por ello, cabe apuntar, como buena práctica, la concesión, vía convenio colectivo, de permisos especiales retribuidos para el cuidado y la atención de un familiar, debido a su enfermedad muy grave, de hasta un mes de duración. Y otro tanto puede decirse, aunque de una manera más tímida, del reconocimiento, también vía convenio colectivo, del derecho a permiso, sine die, no retribuido pero durante el cual el trabajador dedicado al cuidado permanece en situación de alta y respecto al cual la empresa mantiene la obligación de cotizar.

Al margen de estas mejoras a costa de las empresas, la verdad es que las medidas conciliadoras reguladas por ley resultan del todo insuficientes para colmar las necesidades retributivas y protectoras de los cuidadores familiares. Es el caso de la reducción de jornada por cuidado directo de un familiar, en el que el trabajador ve reducido proporcionalmente su salario, aunque se mantiene su cotización, a los efectos de las prestaciones de la Seguridad Social por jubilación, incapacidad permanente, muerte y supervivencia, maternidad y paternidad. Pero sin duda, más gravosa resulta la apuesta por la excedencia por cuidado de un familiar que muchos trabajadores deben realizar necesariamente. Así, en ese caso, el trabajador se queda sin ingresos y, en lo que se refiere a su protección, tan solo se considera cotizado sin que exista cotización efectiva, a los efectos de las prestaciones de la Seguridad Social por jubilación, incapacidad permanente, muerte y supervivencia, maternidad y paternidad, el primer año del período de excedencia forzosa. Es más, aquellos cuidadores que mientras estén de excedencia quieran seguir estando protegidos por la Seguridad Social deberán, necesariamente, suscribir un convenio especial con la Seguridad Social, lo que supone un gasto añadido, al tener que cotizar íntegramente ellos mismos.

Por otro lado, tampoco resulta eficaz la prestación económica para cuidados en el entorno familiar y apoyo a cuidadores no profesionales que reconoce la Ley 39/2006. El principal problema reside en que el beneficiario directo de la misma es la persona dependiente. A pesar de ello, se reconoce que indirectamente dicha ayuda está dirigida a compensar el coste de dedicación que asume el cuidador familiar, y, muy especialmente, a cubrir los costes de Seguridad Social del mismo. Ergo, quedaría por cubrir la ausencia de ingresos. Con todo, actualmente la incorporación de dichos cuidadores a la Seguridad Social resulta voluntaria, vía convenio especial con la Seguridad Social, y, por tanto, a costa de los cuidadores, lo que desincentiva su suscripción. En el pasado, la suscripción de dicho convenio era obligatoria y su financiación corría a cargo del Estado, pero esa situación perjudicó sobremanera a las arcas de la Seguridad Social.

Precisamente, para intentar solventar la falta de protección, la Diputación Foral de Bizkaia pretende instrumentar, no sin dificultades, una EPSV de empleo para los cuidadores familiares, con aportaciones de la propia Diputación y de los familiares dependientes que apuesten por recibir una prestación económica de las arriba mencionadas de mayor cuantía a cambio de realizar una aportación a nombre de su cuidador familiar.

A la vista de todo ello, tal vez sea el momento de fijar la atención en el reconocimiento expreso de una prestación directa a favor de los cuidadores familiares, tal y como se hace en otros países y como recomienda el Comité Europeo de las Regiones.

http://www.deia.eus/2018/09/07/opinion/tribuna-abierta/el-derecho-de-las-personas-dependientes-a-ser-cuidadas-por-sus-familiares

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Ángeles, enferma de alzhéimer y asfixiada con una almohada por su esposo: ni por amor ni por compasión

Los ancianos cuidadores de un cónyuge enfermo suelen padecer depresión y se ven sobrepasados por el estrés. La lectura de género es necesaria: los estudios demuestran que, en estos casos, casi siempre son hombres los que cometen un homicidio cuando son ellos los cuidadores.

Noemí López Trujillo 

«He hecho algo muy malo». Así comenzaba la llamada telefónica de Ricardo Alba Abril, de 78 años, a uno de sus hijos. El anciano acababa de asfixiar con la almohada a su esposa, María de los Ángeles Prieto Ramos, de 77, enferma de alzhéimer. Ricardo colgó e instantes después se ahorcó en la habitación de al lado.

Ricardo y María de los Ángeles vivían en el número 13 de la calle Marqués de Lema (Chamberí, Madrid). Él llevaba años cuidándola, desde que le diagnosticaron la enfermedad degenerativa. Ella ni siquiera podía salir a la calle, permanecía casi todo el tiempo en la cama. Antes de matar a su esposa y suicidarse -el pasado 18 de enero-, Ricardo escribió una carta en la que pedía perdón y trataba de explicar por qué lo había hecho. El diario ABC recogía un fragmento: «Nos queremos mucho, no soporto verla sufrir así, quiero irme con ella, que descanse, descansar y que nos entierren juntos, como hemos estado en vida».

En la película Amour, el cineasta Michael Haneke representaba la vida matrimonial de dos octogenarios después de que a ella le diagnostiquen alzhéimer. Georges, el esposo, cuida de Anne hasta que, agotado y exhausto, la asfixia con una almohada en la misma cama en la que duermen juntos cada noche. Después, se suicida. Haneke filmaba su particular narración fílmica del amor, acotada por la muerte y el sufrimiento -de ambos-. O al menos ese era el marco. Pero ¿era esa una lectura suficiente? No es un tema representado solo en la literatura o el cine, también estamos habituados a verlo en prensa. El último caso es el de Ricardo y María de los Ángeles, pero en una revisión de la hemeroteca los hay similares. Estos son algunos:

«Un anciano mata a su esposa enferma de alzhéimer y después se quita la vida. Sebastián Arbona, de 84 años, cuidaba de su esposa Antonia, de 77. Cuando hace poco le diagnosticaron cáncer, terminó con la vida de su mujer de un disparo en la cabeza y después se suicidó con la misma pistola», en Mallorca, en 2001; «Un anciano de 88 años mata ‘por compasión’ a su mujer con alzhéimer. Los vecinos aseguran que la mujer había pedido varias veces a su esposo que le quitara la vida», en Segorbe (Castellón), en 2006; «Un anciano mata a su esposa, enferma de alzhéimer y después intenta suicidarse», en A Coruña, en 2007; «Un hombre de 72 años se suicida tras matar a hachazos a su esposa y a su hermano con alzheimer. La mujer estaba bajo tratamiento médico debido a una fuerte depresión tras prestar cuidados a su cuñado enfermo e inmovilizado en la cama», en Cóbdar (Almería), en 2009; «Un hombre de 86 años mata a puñaladas a su esposa con alzhéimer y se suicida arrojándose al vacío», en Castrillón (Asturias), en 2013; «Un hombre de 78 años mata a su mujer enferma de cáncer, de 74, y luego se suicida. La ha asfixiado con una almohada y después se ha ahorcado», en Valencia, en 2014; «Un hombre mata a puñaladas a su madre, de 92 años, enferma de alzheimer. Después él se autolesionó con dos cuchilladas en el estómago», en Portugalete (Vizcaya), en 2017.

También ocurre al contrario, mujeres que se convierten en homicidas al cuidar del cónyuge enfermo: «Juzgan a una mujer acusada de matar a su marido enfermo. Una mujer de 83 mató a su marido de 82, que padecía cáncer de pulmón con metástasis. Le asestó 14 golpes con una muleta», en Málaga, en 2017 o «Una mujer mata a su marido y se suicida. La mujer, de 63 años, acabó con la vida de su pareja, de su 71 años, asestándole un golpe con un martillo. Después se ahorcó», en Sevilla, en 2015. Sin embargo, la proporción es mucho menor. Lo dice un estudio realizado por cuatro psiquiatras del Hospital Clínico Universitario de Valencia y del Hospital de Requena: ‘Homicidio-suicidio en el anciano: ¿por qué el cuidador mata a su pareja con enfermedad de alzhéimer y después se suicida?’.

Violencia y género

Una de las firmantes del estudio, la catedrática de Psiquiatría Carmen Leal, prefiere no calificar estos actos de violencia machista. La ausencia de malos tratos y de denuncias previas inclina a esta doctora a pensar que «es otro tipo de violencia»: «Detrás hay una depresión de la persona que comete el homicidio, una situación de desaliento, de desesperación, que le lleva normalmente no solo al homicidio, sino al suicidio después porque no puede soportar la culpa de lo que ha hecho», añade.

Sin embargo, no se puede obviar la perspectiva de género al analizar los homicidios a cónyuges en la tercera edad. La psiquiatra Carmen Leal reconoce que «casi siempre son hombres los que cometen estos actos de violencia, que lo haga una mujer es muy raro». «La mujer tiene tradicionalmente el rol de cuidadora. Lo ha tenido siempre. Es más resistente a mantener durante mucho tiempo el estrés que significa cuidar a alguien. El que comete el homicidio a menudo tiene un cuadro depresivo, aunque no haya sido diagnosticado. Uno de los grandes problemas de este tema es la necesidad de prevenir esas situaciones. El cuidador suele ser alguien muy cargado de responsabilidades. Si es el hombre lo normal es que no haya tenido que ejercer de cuidador: no se ha ocupado de los hijos, de la casa… Se ve forzado a un rol diferente al que ha tenido hasta ese momento», añade.

También Manuel Martín, portavoz de la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica, corrobora esta tesis: «Los hombres gestionan peor la depresión. Las mujeres también la sufren, pero ellos al verse repentinamente en el papel de cuidador se ven desbordados». Martín apunta que en cierta medida los homicidas entienden que su acto es «por compasión»: «Ven la vida con negatividad total, como algo oscuro, que nada bueno puede pasar. Al cuidador también hay que cuidarle. No hay que estar pendiente solo del paciente de alzhéimer o demencia senil, también de la persona que se encarga del enfermo».

Carla Vall, abogada experta en violencia machista, apunta a la importancia del rol de género: «Cuando el cuidador es hombre es cuando normalmente hay un acto de violencia. Hay una falta de ayuda a los cuidadores, sí, pero es necesario poner en el centro del debate que es la mujer la que normalmente acaba muerta». Y añade: «La ausencia de denuncias no es un indicador de que no haya existido violencia antes. Por eso no podemos decir que estos sean actos por amor o por compasión».

El estrés que sufre un cuidador

Anaïs Ordóñez tiene 32 años y se crió con sus abuelos, que ahora tienen 86 años. Él padece una cardiopatía grave y sufrió un derrame cerebral. Desde entonces, nieta y abuela cuidan de él. «Mi abuela pasó de ser su esposa a ser su enfermera. Después de más de 10 años cuidándole, está agotada, irascible, apenas duerme ni sale a la calle. Si él se despierta y quiere agua, va ella. Si tiene que darle la pastilla, va ella. Si quiere leche, va ella. Y ella tampoco está bien, le fallan las piernas, tiene depresión y ha perdido el 50% de la vista. Él solo gruñe, todo le molesta, y si ella se queja le dice que el que sufre es él, que ella no está enferma. La última vez que ingresaron a mi abuelo nos dijeron que se moría, tenía una neumonía gravísima. Noté que ella estaba preparada, me consolaba a mí diciendo que ya le tocaba. Ahí vi que no podía más, que necesitaba paz. Me dolió verla así. Yo me encargo de la limpieza semanal gorda: lavadora, cambio de camas, compra grande… Y los fines de semana le lavo. Desde hace casi dos años voy a diario. A vigilar, a apoyarla a ella, a hacerle compañía. Me gustaría irme de Alicante pero no puedo dejar a mi abuela sola, así que siento que laboralmente tampoco puedo avanzar. El médico de cabecera nos dice que no hay nada que hacer aparte de esperar a que muera».

En el estudio psiquiátrico sobre los homicidios-suicidios en los ancianos, los doctores afirmaban que las consecuencias negativas para los cuidadores de los familiares no son baladí: «Cuadros depresivos, agotamiento físico y psicológico, deterioro de la vida familiar». «Las familias necesitan un apoyo continuo, la convivencia puede ser muy difícil. Hay que valorar previamente la situación a la que los cuidadores se enfrentan, controlar, liberarles, que tengan tiempo para ellos, darle más apoyo psicólogico y social», reclama la psiquiatra Carmen Leal.

Encarna tiene 70 años y cuida de su marido, Bienvenido, de 70 años, desde que le diagnosticaron alzhéimer y demencia senil. «Está totalmente impedido. Usa pañales, la comida solo la ingiere triturada, tienen que llevarlo de la cama a la silla de ruedas, no reconoce a nadie ni parece consciente de lo que le rodea», explica Carmen Hernández, nuera del matrimonio. Ella también emplea el término «enfermera» para describir el trabajo de Encarna desde que su marido desarrolló ambas enfermedades.

«El tema de la ropa le lleva mucho tiempo, como cambiar sábanas, funda del sofá o ropa… Aunque Bienvenido usa pañal, suele manchar mucho al no controlar sus esfínteres. Mi suegra ha contratado a una mujer que va cada día dos horas. En ese tiempo ella aprovecha para salir a comprar. Luego hace la comida, se la da a mi suegro triturada y ella come después. Cuando ha recogido todo, sale con la silla de ruedas a pasear. Conoce a otras mujeres en su misma situación. Se juntan en un banco ellas acompañadas de ellos, que están en sillas de ruedas, y charlan. Ella tiene depresión diagnosticada pero solo permite que vaya alguien a ayudarla para la parte física (duchar a mi suegro). Supongo que no es capaz de disfrutar de la vida si su marido ya no está, no es capaz ni de irse una tarde a la peluquería aunque nos quedemos nosotros al cargo. Está siendo muy duro», prosigue.

Según el estudio de las universidades de Valencia y Requena, «la depresión, junto con otros factores de riesgo, puede ser letal. Los ancianos tienen las tasas de suicidiomás altas al compararlos con otros grupos de edad». También puede provocar que una persona cometa un acto violento contra otra persona. La doctora Carmen Leal apunta lo siguiente: «Estas personas se deterioran progresivamente. Las mujeres también. No es que ellas sepan hacerlo mejor, es que les han dicho que tenía que ser así. Sobre todo antes. Por eso es tan importante detectar depresiones y cuadros de ansiedad y visitar al cuidador tanto como al enfermo».

Artículo publicado en El Español el 29 de Enero de 2017. https://www.elespanol.com/reportajes/grandes-historias/20170127/189231718_0.html

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Estrés en padres y madres de niños y niñas con autismo: una complicada relación.

Mar 12, 18 Estrés en padres y madres de niños y niñas con autismo: una complicada relación.

Os dejamos un artículo de Mauro Colombo, Licenciado en Psicología, especialista en análisis conductual aplicado en trastornos del desarrollo. Fue publicado en 2016 en la revista Psycencia.

 

Estrés en padres y madres de niños y niñas con autismo: una complicada relación.

El estrés es un fenómeno que afecta a todos los seres humanos. Constituye un elemento central y necesario en nuestras vidas, ya que nos prepara a nivel fisiológico, psicológico y conductual para adaptarnos a los cambios del ambiente . Es por esto una reacción adaptativa de gran importancia para nuestra supervivencia. Frente a una situación estresante, en el cuerpo se producen una serie de cambios físicos, como aumento de la frecuencia cardíaca, de la tensión arterial, muscular y aumento de la circulación sanguínea, entre otros; que lo preparan para una respuesta rápida. Cuando la situación estresante cesa, el organismo vuelve a la normalidad. Sin embargo, una reacción que puede ser adaptativa por un período breve de tiempo, comienza a producir distintos malestares y trastornos cuando se vuelve crónica. En el enlace a continuación, pueden leer sobre diez formas distintas en que el estrés puede afectar la salud.

Existe un componente subjetivo en el estrés, es decir, que los eventos que pueden estresar a alguien, tal vez no produzcan lo mismo en otro individuo. O incluso una situación puede ser altamente estresante para alguien en un momento determinado, pero pasado un tiempo la misma situación pueda serle indiferente a ese sujeto. La respuesta que la persona dé al evento va a estar entonces determinada por:

  • la situación
  • la interpretación que se haga de esta situación
  • los recursos y habilidades que se posean para hacerle frente a la misma

Estrés y su relación con  el Trastorno del Espectro Autista.

El TEA es uno de los trastornos del desarrollo más limitantes que existen en la actualidad. Quienes lo padecen se ven afectados en el área social, comunicativa y de lenguaje, presentando también fallas en la simbolización, lo que para quienes logran adquirir el lenguaje genera que muchas veces éste sea literal, sin manejo de metáforas, chistes e ironías. A su vez, gran cantidad de niños poseen alteraciones del sueño, sensoriales y de la alimentación, a la vez que un porcentaje importante presenta también problemas de conducta y distintos niveles de retraso mental.

No cabe duda que ser padre de un niño con cualquier tipo de trastorno genera estrés. Sin embargo, las características propias del autismo producen que, en comparación con otros desórdenes, los padres de niños con TEA estén estresados en mayor medida que otro tipo de progenitores. Diversos investigadores se han puesto a indagar sobre esta relación, llegando a la conclusión que madres de niños con autismo poseen niveles más altos de estrés que madres de niños con síndrome de Down y retraso mental , hiperactividad y desarrollo normal , trastornos del aprendizaje y retraso mental  y grupos control sin trastornos .

Un estudio que buscaba hallar los factores asociados al estrés del cuidador primario de niños con TEA (cabe aclarar que en general estos cuidadores son los padres), encontró que el 72,5% de los cuidadores primarios, experimentan una sobrecarga intensa en su vida . Los investigadores señalan al respecto que son tanto la salud física como la psicológica las afectadas, remarcando que en la población estudiada se encontraron indicadores más bajos de salud en ambas. Con frecuencia, asociado a esta sobrecarga, aparecen también síntomas de ansiedad y depresión, como niveles más bajos de bienestar subjetivo . Una investigación realizada en Madrid, halló que un 87% de las madres estudiadas mostraban un grado de estrés superior al considerado clínicamente significativo.

Sabiendo que efectivamente madres y padres de niños con TEA poseen altos niveles de estrés, que la prevalencia de este fenómeno es muy alta, y que afecta de manera directa a su salud, los investigadores se han abocado a la tarea de averiguar si existen algunos factores que sean más estresantes que otros en el trastorno, o si esto es una consecuencia global del TEA.

Los diversos estudios realizados coinciden en que, de todas las variables puestas en juego dentro del trastorno, son los siguientes factores los que inciden principalmente en el aumento de estrés:

  • Problemas de conducta
  • Percepción del problema
  • Estrategias de afrontamiento
  • Apoyos

Los problemas de conducta mantienen una relación significativa y directa con el fenómeno estudiado, lo que significa que a mayores problemas de conducta, mayores niveles de estrés presentarán los padres y cuidadores de los niños. En contraposición, menores problemas de conducta y mejor autopercepción de como se manejan estos, disminuyen los niveles de estrés. Los problemas de conducta a su vez se relacionan con la percepción del problema por parte de los padres. A mayores comportamientos problemáticos, más negativa es la evaluación de los padres sobre el trastorno. Esto da cuenta de la importancia de que los padres estén familiarizados con los principios de conducta. No solo ayudarán a sus hijos, también lo harán consigo mismos.

Con respecto a la percepción del problema, aquellos padres que ven el trastorno de su hijo en términos de desafío y con una mirada más optimista frente al presente y al futuro, reportan tanto menores niveles de estrés, como de ansiedad y depresión. Esto es consistente con la definición misma de estrés, ya que si el mismo se da, entre otras cosas, a partir de la evaluación que se haga de la situación, tener una mirada pesimista y considerar al TEA como algo impredecible y fuera de control, incidirá de forma más negativa que valorar el trastorno en términos de oportunidades para aprender a relacionarse con sus hijos.

Con respecto a las estrategias de afrontamiento, existe un efecto similar a lo que sucede con la percepción del problema. Estrategias de afrontamiento pasivas, como negar el problema o postergar la puesta en marcha de intervenciones, correlacionan con niveles más altos de estrés. Por el contrario, las estrategias positivas y centradas en el problema, se relacionan con mayores niveles de bienestar psicológico.

Por último, los apoyos juegan un papel fuerte en el aumento o disminución del estrés. Dentro de esta categoría podemos encontrar por un lado a los apoyos formales, compuestos por los servicios médicos, colegios, centros de día y terapeutas; y por el otro a los apoyos informales, que abarcan a familiares, amigos e incluso vecinos. Los apoyos informales han mostrado ser una variable protectora del estrés muy importante. Es fundamental para los padres darse apoyo mutuamente, a la vez que estén insertos en un medio social que los integre y no discrimine. En este sentido, las asociaciones de padres de niños con TEA o el simple hecho de conocer a otros sujetos que estén en situaciones similares, ayuda a formar robustas redes sociales.

Conclusiones y comentarios finales

Las características propias del Trastorno del Espectro Autista provocan grandes niveles de estrés en los padres de quienes lo padecen. A su vez, esto puede derivar en otros trastornos, como ansiedad o depresión. De todos los factores que interactúan en el TEA, son algunos de ellos los que resultan más estresantes para los progenitores. Se hace necesario entonces tener en cuenta estas variables a la hora de tratar tanto a los niños como a sus padres, sin dejar de atender a las peculiaridades de cada familia y persona.

Padres que posean niveles más bajos de estrés, serán padres que puedan responder de manera más eficiente a las necesidades de sus hijos, a la vez que ellos mismos tendrán mayores niveles de bienestar.

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